A propósito de Hermilio Valdizán
Por: Carlos Castillo Ríos (*)
Dirigente estudiantil de San Marcos, costeó sus estudios
como periodista y profesor. Hizo crónica policial diaria y, más tarde como
psiquiatra intento describir los mecanismos mentales que empujaban la mano que
roba y que mata. Por eso se ocupó de “La delincuencia en el Perú” (1910)
y la “La infancia anormal en el Perú” (1932). Desde muy joven comenzó
los trabajos que iban a constituir “El diccionario de la Medicina Peruana”.
Sin embargo se le recuerda más como el primer psiquiatra del país, seguramente
porque convirtió el antiguo manicomio de San Miguel en una Casa de Salud. Si
don Víctor Larco Herrera dio el dinero para esta obra, don Hermilio Valdizán
puso la ciencia y la humanidad.
Sobre todo esto último, tan carente en estos tiempos: la
humanidad. El solía decir: “el médico deberá pensar en el compromiso que
toda enfermedad representa y deberá atender a dicho compromiso con la solicitud
y el afecto con que atiende al órgano y a la función enfermos”. Aconsejaba
así a sus alumnos: “la labor del médico no termina con la última palabra
escrita en una receta. La sociedad tiene el derecho de exigir al médico algo
más que una receta. Algo más, inclusive, que una palabra de consuelo: tiene el
derecho de exigirle la defensa de su salud y de su vida”. Podría parecer,
todo esto, retórica pura. Pero no lo es. Hace más de 60 años don Hermilio
sospechaba que sobre algunos de sus futuros colegas se iba a extender una
inmensa ola mercantil y juzgó conveniente sembrar algunas ideas, a manera de
vacuna.
Don Hermilio Valdizán fue, también, un científico
respetuoso del saber popular y de la historia. Por eso escribió páginas
maestras que tratan de la perversión sexual en los primitivos peruanos; la
corteza peruana de la quina, el alcoholismo, la alienación mental y la chicha
entre los antiguos peruanos; los locos de la Colonia; apuntes para la historia
de la verruga y esos tres extraordinarios tomos sobre “La Medicina Popular
Peruana”, que publicó en 1922 teniendo como coautor a don Angel Maldonado y
que se acaba de reeditar hace poco.
Cumplidos los cien años de su nacimiento, el mundo
institucional de Huánuco echó la casa por la ventana para rendir los honores
que el Dr. Valdizán merece. Unidos, por primera vez, el Colegio Regional
Médico, la Universidad Nacional que lleva el nombre del sabio y el Concejo
Provincial, recordaron a tan ilustre maestro durante una semana de conferencias
y celebraciones en las que nada faltó, salvo el calor popular. Y es natural que
así fuese: es que los niños y los jóvenes de Huánuco han nacido y crecido oyendo
el nombre de don Hermilio pero saben muy poco, en detalle, quién fue y que hizo
en la vida. La escuela formal (primaria, secundaria y superior) no se ocupó
jamás de huanuqueño tan ilustre. La escuela está en el Perú de espaldas a la
realidad: trazada desde un ministerio situado en la capital, no toma en cuenta
que el Perú es un país heterogéneo, plural y diverso y más bien lo asume como
si Lima fuese la síntesis de departamentos iguales o por lo menos homogéneos.
En sus planes y programas no hay lugar para los valores regionales. De esta
manera no permite que se legitime, propague y reconozca a quienes fueron
ejemplo y debían ser orgullo del departamento.
La escuela del Perú difunde mucho -tal vez demasiado-
sobre Juana la Loca y el virrey Abascal, sobre Cleopatra e Isabel la Católica,
pero nada dice, en el caso de Huánuco, sobre Hermilio Valdizán, Pomares y
Esteban Pavletich. Apenas si menciona, a la volada, a Crespo Castillo y Leoncio
Prado.
A este olvido, injusto e irracional, se agrega la labor
alienante que cumple, con verdadera eficacia, la radio y la televisión. De esta
manera, escolares y colegiales viven pendientes de la vida y obra de Augusto
Ferrando y Julio Iglesias, pero casi nada dicen sobre quienes nacieron en
provincias y consagraron su vida, su vocación y destino, a determinadas
actividades que se supone forman la identidad cultural de la patria chica.
En materia educativa andamos muy mal, señor ministro. Si
se ha empezado a relegar a nuestros paradigmas, le estamos quitando pasado a
nuestros pueblos. Las provincias, de esta manera, están perdiendo imagen. Y el
que debía ser espacio histórico esta siendo cubierto por los exponentes de la
frivolidad y la sociedad de consumo gracias a la tremenda labor antieducativa
de los medios electrónicos de comunicación social.
(*). Diario La República. Martes 3 de diciembre de 1985. Pág.
Opinión/9